Parece como si nadie se hubiera dado cuenta. La mayoría de los profesionales del periodismo, las relaciones públicas y la comunicación social ejercen actualmente su labor como si los que nos siguen en edad tuvieran hábitos parecidos. Y la verdad es que no es así.
Las empresas, instituciones u oficinas propias para las que trabajamos se enfrentan, salvo raras excepciones, con un producto laboral que sostiene lo que se ha venido haciendo. Como si estos resultados y este estilo laboral pudiera perdurar. Pero no.
Quienes nos siguen en edad y gustos están planteando retos muy interesantes, vertiginosos y hasta conmovedores para quien los quiera ver. Y quienes no, que sigan haciendo lo mismo.
Por un lado están los rasgos psicológicos y sociológicos de los más jóvenes, con una sensibilidad y una actitud que los empuja a ver de otra manera el mundo que compartimos, incluso bajo el mismo techo. Por el otro está la evolución de las tecnologías que influyen en las relaciones sociales, la información y la formación de hábitos. Es una pinza que está haciendo tronar, con toda crudeza, a muchos medios de comunicación, y también a muchos corporativos en otros giros de negocio.
Entender lo que está sucediendo, visualizar el futuro de la rentabilidad económica y social, se vuelve una necesidad de supervivencia. Y muchos ni siquiera se han enterado.
Quien esté seguro, debería dejar de estarlo, y quien tenga la inquietud de conocer que viene, bien haría en seguirla.
El futuro es provocador. El horizonte está nublado y tiene relámpagos.
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