Hay una chica en el seminario de Miami, actividad que bien podría titularse Vida o Muerte de los Medios de Comunicación. Y Hágale Como Pueda.
Ha estado seria, presenciando las sesiones de trabajo y acompañándonos a las visitas. Muy seria, diría.
Sé por que me lo dijo que es estudiante de comunicación en el Tecnológico de Monterrey, y que está acá como interna de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que ha aportado en know how y conferencistas en este acuciante seminario.
Hace rato se me ocurrió algo, y se lo platiqué a uno de mis colegas. Claro que tiene razón para estar seria. Es más, podría estar invadida de pánico. ¿Cómo fue que eligió estudiar periodismo como profesión cuando lo que ha escuchado es que es inevitable que haya más caídas de publicidad, más recortes laborales y, sobre todo, menos consumidores habituales y tradicionales en los medios informativos. No hay algo que asegure lo contrario. Por el otro lado hay muchas innovaciones y acciones diversas entre medios informativos para ingresar a la etapa digital, aunque ni hay certeza de que sean por buen rato financieramente autosustentables, ni siquiera si lo que se hace será igualmente ignorado por la generación que viene detrás de Alejandra.
“Mi hijo no lee los periódicos, ni siquiera por internet”, dijo otro participante del seminario. “¿Pero algo tendrá hacer para informarse sobre lo que le interesa?”, respondí. No puede ser que sean, él y los de su generación personas ainformadas (mucho gusto, neologismo). “Pero es que no les interesa lo que hace el Congreso, o el clima, nada”, oí. “Yo doy clases en periodismo en Colombia, y los alumnos no leen periódicos, ni siquiera en internet”, escuché.
Me niego a que exista en este planeta un ainformado entre los seis mil y poco más de millones de habitantes, que hoy miércoles, según el sitio de Andrés Cavelier, alcanzó también 500 millones de cuentas en Facebook.
Cada uno de estos jóvenes, que vienen generacionalmente después de Alejandra, se informan, pero de lo que les interesa a ellos, no a sus papás o a los periodistas. Para ello existen sus propios círculos, tecnificados y no, de sociabilización de datos relevantes: dónde se compran los tenis más llamativos y al mejor precio; cuál de los gadgets del mercado genera más envidia entre su gente, en donde no está su papá, por supuesto.
Ahora entiendo el rostro de Alejandra. Llegará profesionalmente al periodismo cuando todo se reduce, incluso se cierra. Y lo hace para tratar de ¿subsistir? de algo que nadie todavía explica a dónde va.
Sólo hay preguntas. ¿Alguien está investigando cómo los más jóvenes están consumiendo datos y construyendo sus propios hábitos informativos?
Tendrán que ser rentables de alguna forma. Una cuarta parte de la humanidad tiene entre tres y quince años.
Por lo pronto, Alejandra ha estado realmente seria.
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